Comentario
Fue entonces cuando el caudillo galo volvió a demostrar su talla de estratega, con un plan sencillo y eficaz, aunque extraordinariamente doloroso: consciente de que la debilidad del ejército romano se encontraba en sus dificultades de abastecimiento, trató de impedir que lograra vivir sobre el terreno. Los bitúriges se dejaron convencer y aceptaron el sacrificio de destruir hasta veinte de sus ciudades. Sólo cuando le tocó el turno a la capital, Avaricum (Bourges), a la que ya se aproximaba César, manifestaron su desacuerdo y obligaron a Vercingétorix a tomar medidas para su defensa. Fue en vano: Avaricum cayó en manos romanas tras un largo asedio y fue sometida a saqueo. De una ciudad de 40.000 habitantes, apenas unos centenares lograron alcanzar el campamento de Vercingétorix, quien, aunque a un duro precio, había demostrado que su estrategia era la correcta y el desastre estrechó y extendió las filas de los sublevados.
Un punto clave en el desarrollo de la guerra era la actitud de los eduos. Mientras Vercingétorix se esforzaba por ganarlos para la causa, fomentando sus disensiones civiles, César convertía el país en su base de operaciones, con centro en Noviodunum (Nyon), donde almacenó sus reservas y dispuso la custodia de los rehenes de las tribus galas que tenía en su poder. Solucionados los abastecimientos, quedaba el problema de la caballería, que la nueva situación impedía reclutar, como hasta entonces entre los galos. La contratación de mercenarios germanos puso fin a la dificultad, y, al llegar la primavera de 52 a.C., César se encontraba dispuesto para iniciar operaciones en gran escala.